Homenaje a Juan Domingo Lorca Soler
Viernes 17 de noviembre de 2.017
Buenas tardes a todos y gracias por vuestra asistencia.
Bienvenidos a este homenaje dedicado
a nuestro padre Juan Domingo, también conocido como Juando Lorca, al que muchos
llamaban Domingo, que era el nombre de mi abuelo. No se si una de las razones
por las que mis padres decidieron llamarme Domingo fue para evitar esta
confusión, pero parece que la tradición es tozuda y no pocos me llaman a mi Juando.
El motivo por el cual estoy yo aquí hablando con vosotros y no un sacerdote oficiando un oficio religioso tiene una explicación sencilla y otra algo más extensa.
La sencilla es que ese era el deseo
de nuestro padre.
Pero como es obvio no lo voy a dejar
ahí, queremos saber más, al fin y al cabo esto es un homenaje. Y para esa
explicación extensa quiero que retrocedáis con nosotros veinte años,
veinticinco, quizás hasta treinta años.
(hay que ver la cantidad de tiempo
que he compartido, que hemos compartido con el ¿verdad?)
Cuando tienes un negocio familiar pasas
mucho tiempo trabajando, y desde bien pequeño, pero lo cierto es que todo ese
tiempo lo pasábamos en familia, lo compartíamos juntos, con mi padre. Y hemos
pasado por multitud de negocios, que igual no han sido los más prósperos de la
historia, pero eran nuestros y sobre todo familiares.
Ahora quiero que nos imaginéis a mi o
a cualquiera de mis hermanas, con doce, quince
años sentados junto a mi padre en el asiento de copiloto de en nuestra
furgoneta, en una de tantas conversaciones que manteníamos durante el reparto
de huevos por las tiendas de Torreagüera o los Ramos, en las que hablábamos de
todo. Política, cine, música, dudas existenciales, ningún tema se resistía,
ninguno era tabú. Y entre esos temas estaba el de este momento, el del funeral,
de cómo lo imaginábamos o deseamos que fuera. Por eso sabemos cual era su
deseo, y por ese motivo nos reunimos esta tarde aquí. También por ese motivo tengo
que ser yo, o una de mis hermanas que lo oímos de sus labios, que somos testigos
directos, quienes debemos ahora contároslo
a vosotros.
El nos dijo que no quería un oficio
religioso porque sería ir en contra de lo que creía y sentía, y el era honesto.
El deseaba ser incinerado, convertir su cuerpo en cenizas, porque el era discreto.
El quería que sus cenizas fueran enterradas en nuestro jardín para alimentar el
árbol porque el era generoso. Era tan amable y atento que en estos momentos lo imagino
ahí, inquieto, queriendo decir la frase que Groucho Marx quiso poner en su
lápida: disculpen que no me levante.
También convinimos en que en estas
latitudes llevamos muy mal el tema de la muerte y el duelo, que la muerte no es
más que una consecuencia inevitable de la vida, que por eso no hay que llorar
la muerte de un ser querido sino agradecer el tiempo que hemos disfrutado de su
compañía.
Nosotros hemos tenido el placer de
gozar de mi padre durante cuarenta y cuatro años. Muchos de vosotros lo habéis
tenido aún más tiempo, y solo por eso ya han sido buenos tiempos.
Preferíamos los funerales que veíamos
en las películas, los que contaban las novelas, en las que los personajes
contaban anécdotas del difunto, las más divertidas, las que mejor lo definían,
mientras degustaban las especialidades culinarias que cada uno de ellos había
llevado, o levantando su copa en un brindis por el protagonista, ese que
parecía retrasarse, que quizás ya se ha ido, un último saludo por el ausente.
A nosotros no nos ha dado tiempo a
organizar ese funeral, estas cosas te pillan siempre de sorpresa, pero si que podemos
recordar a mi padre, aquí y ahora. No disponemos de viandas exquisitas, ni de alcohol
y bebidas, pero tenemos lo más importe, estamos nosotros, está el y contamos
con su recuerdo.
Hay una frase del talmut que me lleva
unos días rondando por la cabeza, y no es porque yo la recuerde de haber leído
el talmut, sino de ver hasta el final de la Lista de Schinlder. La frase dice:
quien salva una vida salva al mundo entero. Mi padre, que yo sepa, no ha
salvado una vida humana, pero a pesar de todas las limitaciones y dificultades
a las que ha tenido que enfrentase, cuanto menos nos ha salvado, a mis hermanas
y a mi, de la inexistencia, de la nada. Y con ello no solo nos ha dado la vida
y nos ha hecho ser quienes somos ahora, sino que ha hecho posible la vida de mi
nuestros hijos, sus nietos. Una parte de él está en nosotros, una parte de
nosotros, y de el, está también en ellos. Y esto no lo reduzco a una mera
transmisión genética, no. Una parte de mi padre está con cada uno de todos nosotros.
Tenemos su recuerdo y la influencia que ha ejercido, el poso que ha dejado. Esa
palabra amable, esa paciencia para escuchar los problemas de los demás, ese
consejo certero. Su voz, su sonrisa, su sentido del humor estará siempre con
nosotros. Y tengo el convencimiento en que mientras su recuerdo siga vivo, si
recordamos una conversación, si nos preguntamos que hubiera hecho el en esta
situación o que pensaría de esto otro. Que mientras eso suceda el seguirá estando
con vida, con nosotros.
Por eso os invitamos a recordarlo
mientras escuchamos la canción que el quería que escuchásemos en este preciso momento
(si, hasta para eso daban nuestras interminables conversaciones). Es un
villancico, raro en una ceremonia civil, lo se, aunque casi oportuno por fecha,
en plena prenavidad. Y es en catalán,
eso es más raro aún en estos tiempos, pero os tengo que recordar que este deseo
tiene más de veinte años y no esta sujeto a la actualidad pública. La pieza se
llama el Cant dels ocells, y si, podría haber elegido la maravillosa versión al
contrabajo de Pau Casall, pero mi padre decía que Maria del Mar Bonet tenía la
voz más bonita del mundo. Así que como hay una versión de este villancico
cantado por ella, que además esta, muy bien, Y se trata de su homenaje, nos
podemos permitir seguirle la corriente, darle este capricho, que se salga con
la suya.
Así que os propongo que durante los
tres minutos que dura la canción lo recordemos como era, vale una anécdota
graciosa, un recuerdo tierno o un resumen de su impronta, cualquier cosa, o
todo lo necesario para que continúe con vida.
Y después, si alguien se siente
inspirado por la música o el recuerdo puede subir aquí y compartirlo con los
demás, o bien dejar un mensaje manuscrito en el libro de firmas.
Muchas gracias a todos.
Juan Domingo Lorca Soler
29-09-1943
16-11-2017
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