lunes, 4 de diciembre de 2017

Juan Domingo Lorca Soler




Homenaje a Juan Domingo Lorca Soler




Viernes 17 de noviembre de 2.017



Buenas tardes a todos y gracias por vuestra asistencia.

Bienvenidos a este homenaje dedicado a nuestro padre Juan Domingo, también conocido como Juando Lorca, al que muchos llamaban Domingo, que era el nombre de mi abuelo. No se si una de las razones por las que mis padres decidieron llamarme Domingo fue para evitar esta confusión, pero parece que la tradición es tozuda y no pocos me llaman a mi Juando.

El motivo por el cual estoy yo aquí hablando con vosotros y no un sacerdote oficiando un oficio religioso tiene una explicación sencilla y otra algo más extensa.

La sencilla es que ese era el deseo de nuestro padre.

Pero como es obvio no lo voy a dejar ahí, queremos saber más, al fin y al cabo esto es un homenaje. Y para esa explicación extensa quiero que retrocedáis con nosotros veinte años, veinticinco, quizás hasta treinta años.

(hay que ver la cantidad de tiempo que he compartido, que hemos compartido con el ¿verdad?)

Cuando tienes un negocio familiar pasas mucho tiempo trabajando, y desde bien pequeño, pero lo cierto es que todo ese tiempo lo pasábamos en familia, lo compartíamos juntos, con mi padre. Y hemos pasado por multitud de negocios, que igual no han sido los más prósperos de la historia, pero eran nuestros y sobre todo familiares. 


Ahora quiero que nos imaginéis a mi o a cualquiera de mis hermanas, con doce, quince años sentados junto a mi padre en el asiento de copiloto de en nuestra furgoneta, en una de tantas conversaciones que manteníamos durante el reparto de huevos por las tiendas de Torreagüera o los Ramos, en las que hablábamos de todo. Política, cine, música, dudas existenciales, ningún tema se resistía, ninguno era tabú. Y entre esos temas estaba el de este momento, el del funeral, de cómo lo imaginábamos o deseamos que fuera. Por eso sabemos cual era su deseo, y por ese motivo nos reunimos esta tarde aquí. También por ese motivo tengo que ser yo, o una de mis hermanas que lo oímos de sus labios, que somos testigos directos, quienes  debemos ahora contároslo a vosotros.

El nos dijo que no quería un oficio religioso porque sería ir en contra de lo que creía y sentía, y el era honesto. El deseaba ser incinerado, convertir su cuerpo en cenizas, porque el era discreto. El quería que sus cenizas fueran enterradas en nuestro jardín para alimentar el árbol porque el era generoso. Era tan amable y atento que en estos momentos lo imagino ahí, inquieto, queriendo decir la frase que Groucho Marx quiso poner en su lápida: disculpen que no me levante.

También convinimos en que en estas latitudes llevamos muy mal el tema de la muerte y el duelo, que la muerte no es más que una consecuencia inevitable de la vida, que por eso no hay que llorar la muerte de un ser querido sino agradecer el tiempo que hemos disfrutado de su compañía.

Nosotros hemos tenido el placer de gozar de mi padre durante cuarenta y cuatro años. Muchos de vosotros lo habéis tenido aún más tiempo, y solo por eso ya han sido buenos tiempos.

Preferíamos los funerales que veíamos en las películas, los que contaban las novelas, en las que los personajes contaban anécdotas del difunto, las más divertidas, las que mejor lo definían, mientras degustaban las especialidades culinarias que cada uno de ellos había llevado, o levantando su copa en un brindis por el protagonista, ese que parecía retrasarse, que quizás ya se ha ido, un último saludo por el ausente.


A nosotros no nos ha dado tiempo a organizar ese funeral, estas cosas te pillan siempre de sorpresa, pero si que podemos recordar a mi padre, aquí y ahora. No disponemos de viandas exquisitas, ni de alcohol y bebidas, pero tenemos lo más importe, estamos nosotros, está el y contamos con su recuerdo.


Hay una frase del talmut que me lleva unos días rondando por la cabeza, y no es porque yo la recuerde de haber leído el talmut, sino de ver hasta el final de la Lista de Schinlder. La frase dice: quien salva una vida salva al mundo entero. Mi padre, que yo sepa, no ha salvado una vida humana, pero a pesar de todas las limitaciones y dificultades a las que ha tenido que enfrentase, cuanto menos nos ha salvado, a mis hermanas y a mi, de la inexistencia, de la nada. Y con ello no solo nos ha dado la vida y nos ha hecho ser quienes somos ahora, sino que ha hecho posible la vida de mi nuestros hijos, sus nietos. Una parte de él está en nosotros, una parte de nosotros, y de el, está también en ellos. Y esto no lo reduzco a una mera transmisión genética, no. Una parte de mi padre está con cada uno de todos nosotros. Tenemos su recuerdo y la influencia que ha ejercido, el poso que ha dejado. Esa palabra amable, esa paciencia para escuchar los problemas de los demás, ese consejo certero. Su voz, su sonrisa, su sentido del humor estará siempre con nosotros. Y tengo el convencimiento en que mientras su recuerdo siga vivo, si recordamos una conversación, si nos preguntamos que hubiera hecho el en esta situación o que pensaría de esto otro. Que mientras eso suceda el seguirá estando con vida, con nosotros.


Por eso os invitamos a recordarlo mientras escuchamos la canción que el quería que escuchásemos en este preciso momento (si, hasta para eso daban nuestras interminables conversaciones). Es un villancico, raro en una ceremonia civil, lo se, aunque casi oportuno por fecha, en plena prenavidad.  Y es en catalán, eso es más raro aún en estos tiempos, pero os tengo que recordar que este deseo tiene más de veinte años y no esta sujeto a la actualidad pública. La pieza se llama el Cant dels ocells, y si, podría haber elegido la maravillosa versión al contrabajo de Pau Casall, pero mi padre decía que Maria del Mar Bonet tenía la voz más bonita del mundo. Así que como hay una versión de este villancico cantado por ella, que además esta, muy bien, Y se trata de su homenaje, nos podemos permitir seguirle la corriente, darle este capricho, que se salga con la suya. 


Así que os propongo que durante los tres minutos que dura la canción lo recordemos como era, vale una anécdota graciosa, un recuerdo tierno o un resumen de su impronta, cualquier cosa, o todo lo necesario para que continúe con vida.

Y después, si alguien se siente inspirado por la música o el recuerdo puede subir aquí y compartirlo con los demás, o bien dejar un mensaje manuscrito en el libro de firmas.


Muchas gracias a todos.




Juan Domingo Lorca Soler 
29-09-1943
16-11-2017

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