lunes, 18 de abril de 2022

El día que conocí a Antonio Fuentes

No recuerdo la fecha exacta, y no quiero poner una al azar porque en este relato quiero ser fiel a la realidad (tanto como lo puedan ser la memoria y sus recuerdos). Sé que fue a comienzos de 1.992 y por mi estado de humor bien podría ser el 20 de enero, mi particular Blue Monday de ese año.

Esa tarde me sentía tan solo y aislado como el tipo que inspiró las canciones de Simon & Garfunkel. Tendría que repasar el horario, pero por el escaso aforo que quedaba en el aula, debía de ser en el intermedio entre Historia del Derecho y Derecho Natural. Había unos veinte estudiosos estudiantes sentados en las dos primeras filas. Tras ellos unas cinco o seis hileras más despobladas que un campo de minas y otros tres o cuatro alumnos diseminados entre los últimos asientos de una sala con capacidad para más de ciento cincuenta. En la última estaba yo, tan lejos del profesor como me era posible. Para ahorrarle la incomodidad de ver su propio libro fotocopiado, confiando que su miopía ocultara mis incontenibles bostezos y hasta mi generosa masa corporal en el aciago momento en el que se atreviera a lanzar una pregunta al azar ¿Iusnaturalismo inclusivo? ¡Por supuesto! ¿Puedo ir antes al baño?

Pero sobre todo me estaba alejando de las tres únicas personas que conocía en la Facultad. “Paco el Heavy” y “ElMíguel” fueron los únicos compañeros de mi clase de instituto que, como yo, decidieron empezar a estudiar Derecho mientras decidían que demonios hacer con sus vidas. Y luego estaba "Church", un madrileño que se llamaba Jesús pero que había adoptado el nombre del gato de Cementerio de Animales (Muchas gracias Church, por presentarme a Stephen King y por las pesadillas). Los tres me propusieron un planazo para el 13 de mayo: Ir al concierto de Dire Straits en Madrid, dormir en la gatera de Church y pasarlo en grande por ahí. La gira más grande, la más espectacular y… la última del grupo con el mejor directo de la historia. Yo les dije que no me apetecía cuando aún era posible pillar entradas (porque en esa época era un cobarde sin autoestima y un gilipollas integral) y les terminé odiando porque no me insistieron/coaccionaron/amenazaron como lo hubieran hecho unos amigos de verdad.

La entrada que no me atreví a comprar.

Así estaba yo esa tarde, compadeciéndome de mi propia estupidez mientras dibujaba sobre la formica verde del pupitre el ser más repugnante que mi imaginación fuera capaz de imaginar, para no ver como mis únicos amigos se reían a lo lejos, al otro lado del campo de minas, como se reían sin mí. Así estaba hasta que alguien me dijo:

–Disculpa, solo quería decirte que me gustan mucho tus dibujos. Te vengo observando desde hace tiempo y creo que dibujas muy bien.  

No estaba muy orgulloso del calamar araña que tenía entre manos, pero el tiburón con garras de buitre de la mesa de al lado y la vagina escorpión que había tres asientos más allá no estaban tan mal. Antes de alzar la mirada hacia a mi interlocutor, como lo hubiera hecho una persona educada, miré a los lados y me percaté que mis criaturas decoraban la mayoría de los puestos de la última fila de la clase, una especie de circo de los horrores ambulante que dejaba en muy mal lugar a mi civismo y al servicio de limpieza de la facultad.

La primera vez que vi a Antonio Fuentes me quedé embobado. Pensé que Jon Bon Jovi, con su media melena rubia/perfecta, había dejado tirado a su grupo y a un puñado de miles de fans, solo para pasarse un rato por la Facultad de Derecho de Murcia a alabar, en perfecto castellano, mis bocetos de engendros Lovecraftianos.

–Me llamo Antonio José Fuentes Martínez –me dijo, mientras escribía sus iniciales, AJFM, en mayúscula, con tipografía alargada y un toque Hard Rock, que enmarcó dentro de un cuadrado perfecto– ¿Ves? AJFM, como una cadena de radio.

Y con ese gesto consiguió grabar su nombre en mi memoria. Yo, que necesito de media unos dos años y mil trescientas repeticiones para lograr retener el nombre de una persona recuerdo desde el primer día su nombre y sus iniciales. Y ese cuadrado permanece tan indeleble en mi memoria como en la esquina del pupitre donde lo dibujó hace treinta años, pese a las tres mil pasadas de bayeta amoniacada que habrá tenido que soportar.

–¿Te gusta U2? –me preguntó– ¿Qué te parece su último disco?

Pese a que ya se había presentado, yo seguía dudando de su identidad. No existían tipos así, tan amables y atentos, con esa dicción y esos rasgos tan perfectos. Y si existían no se paraban a hablar con alguien como yo, que con dieciocho años pesaba unos ciento veinte kilos, tenía la barba más cerrada que el archienemigo de Popeye y unas entradas más pronunciadas que el Vejeta de Dragon Ball. Me recuerdo como una especie de Leatherface sin careta que solía ir clase en chándal cuando los chándales estaban lejos de ser una opción agradable a la vista.

–Los tengo un poco aborrecidos –creo que le contesté, cansado de escuchar en la radio la santísima trinidad del “The Joshua Tree”.

Al día siguiente me trajo un CD del Achtung Baby que U2 acababa de publicar (el 19 de noviembre de 1.991). Un CD original, casi a estrenar, con su libreto impoluto a todo color, que necesariamente debía de ser una de sus posesiones más preciadas. Y me lo dejó a mí, un desconocido con pinta de sociópata de dedicaba a pintarrajear las mesas de la universidad pública con retorcidos engendros adornados de pústulas sanguinolentas.

Y la semana siguiente me prestó el Use Your Illusion I de Guns N’ Roses (publicado el 17 de septiembre de 1.991), y la siguiente el Use Your Illusion II, y después el Appetite for Destruction… Cuatro de los mejores discos que he escuchado en mi vida me los dejó él ese mes.

Porque Antonio era así, tan generoso y atento que decidió ser mi amigo cuando más necesitaba un amigo.

Recuerdo que me salté una clase (o dos) para pasarme por la casa de mi amigo Víctor (a veinte metros de la facultad) para escuchar el Achtung Baby antes de volver a casa. Y los primeros compases del Zoo Station quedaron tan grabados en mi vida como las iniciales de Antonio.

Mi peregrinaje al hogar solía durar una hora y media: un cuarto de hora hasta la parada de autobús de la Cruz Roja, tres cuartos de hora de autobús atestado hasta Torreagüera y otra media más de paseo por caminos de huerta sin iluminar. Esa tarde/noche me sentí como el custodio del Grial, pues llevaba en mi alforja un tesoro que me había confiado un tipo que, sin ser un príncipe, tenía porte principesco, vivía en un castillo (el Cuartel de Guardia Civil de Murcia) y que en vez de jugar al fútbol o al baloncesto, practicaba esgrima.

¡Lo de este tío es alucinante! Pensé mientras escuchaba a toda hostia el One en el salón de casa. Machacado en las comparaciones, pero contento de tener un nuevo amigo. Un buen amigo.

Y así hasta el pasado 15 de abril de 2022, más de treinta años de amistad, que seguirá por siembre y hasta más allá de le eternidad, porque si algo tiene la amistad es que forma parte de nuestro patrimonio inmaterial y no está sujeta a las jodidas leyes de la caducidad. 

sábado, 26 de octubre de 2019

España camisa blanca de mi esperanza


El pasado jueves, 24 de noviembre de 2.019, mientras volvía a casa por la autopista, La Ventana de la Cadena Ser abrió con la exhumación de Francisco Franco del Valle de los Caídos. Y lo hizo con Ana Belén y España camisa blanca de mi esperanza.

Y lloré mucho. Lloré de emoción por el momento. Lloré de emoción por la canción y su letra. Y lloré, sobre todo, porque mi padre también habría llorado siguiendo el desahucio del dictador de su ilícito panteón. Lo sentí llorar de emoción, a mi lado en el coche, viviendo conmigo ese momento memorable. Porque los que se van no se van mientras sigan vivos en tu interior.

Joder, que bonito es llorar cuando se llora bien.     

  

sábado, 20 de enero de 2018

Hace algo más de 47 años...

Siguiendo con el propósito que inicié en mi anterior publicación, reproduzco aquí una entrada escrita por mi padre Juando Lorca en su blog el 27 de septiembre de 2.010, coincidiendo con el cuarenta aniversario de su boda. El post scríptum y su foto corresponde a otra boda, la mía, el 10/10/10, hace más de siete años. 

Mi padre comenzó a escribir un blog epistoral, dirigido a mi sobrino Pablo (su primer nieto) en 2.006, en cuanto tuvo noticia de su llegada. El siempre fue más constante que yo, y en el publicó 133 entradas en cinco años. Pequeñas cartas en las que contaba a su nieto recuerdos, pensamientos y emociones. Una especie de diario, de biblioteca virtual, de legado literario. 

Gracias a eso ahora podemos disfrutar de la voz. Y con esta carta parece responder, confirmar lo que sentimos en su homenaje. Yo me limito a reproducirla tal y como él la escribió. Para recordarlo, para presentarlo a quien no llegó a conocerlo. Porque la muerte es el olvido.




NADA MÁS Y NADA MENOS QUE 40 AÑOS



Lunes, 27 de septiembre de 2.010.

Pablo:

Esta foto está firmada por su autor, hoy hace justamente cuarenta años. Fue el día en que tu abuela y yo, después de casados en ceremonia religiosa (no había otra opción), emprendíamos el largo viaje de un proyecto de vida en común.

Hoy cuatro décadas después, seguimos cumpliendo el objetivo, eso si, con muchos más años y algún ligero retoque, nuestro proyecto de aquellos años, sigue vigente y nos sentimos muy orgullosos de ello.

Habría muchas cosas que contar en este montón de años que han pasado de "la foto del 600", pero para no extenderme, te haré un somero resumen: El nacimiento del tito Domingo, el de tu madre y el de la tita Ana, son los logros más importantes que hemos conseguido, además, claro está, de nuestra permanencia juntos, en armonía y cariño todo este tiempo.

Y para terminar un pequeño pero muy importante detalle, gracias al nacimiento de nuestra hija Teresa, tu madre, estáis hoy aquí, con nosotros, tú y Elena, que sois la alegría de la casa y un anexo fundamental a ese proyecto que con firme decisión iniciamos hace casi cincuenta años, si contamos el periodo de noviazgo.

Con mucho cariño: Tus abuelos

Post scríptum:


Por gentileza de la prima Rosa, que hizo esta foto el 10/10/10, 14.623 días después de la "foto del 600", aquí estamos nosotros, hechos unos campeones, aunque aparezcamos un poco difuminados por el tiempo transcurrido, pero todavía juntos, en la que desde ahora llamaremos la "foto del Clio"


lunes, 4 de diciembre de 2017

Juan Domingo Lorca Soler




Homenaje a Juan Domingo Lorca Soler




Viernes 17 de noviembre de 2.017



Buenas tardes a todos y gracias por vuestra asistencia.

Bienvenidos a este homenaje dedicado a nuestro padre Juan Domingo, también conocido como Juando Lorca, al que muchos llamaban Domingo, que era el nombre de mi abuelo. No se si una de las razones por las que mis padres decidieron llamarme Domingo fue para evitar esta confusión, pero parece que la tradición es tozuda y no pocos me llaman a mi Juando.

El motivo por el cual estoy yo aquí hablando con vosotros y no un sacerdote oficiando un oficio religioso tiene una explicación sencilla y otra algo más extensa.

La sencilla es que ese era el deseo de nuestro padre.

Pero como es obvio no lo voy a dejar ahí, queremos saber más, al fin y al cabo esto es un homenaje. Y para esa explicación extensa quiero que retrocedáis con nosotros veinte años, veinticinco, quizás hasta treinta años.

(hay que ver la cantidad de tiempo que he compartido, que hemos compartido con el ¿verdad?)

Cuando tienes un negocio familiar pasas mucho tiempo trabajando, y desde bien pequeño, pero lo cierto es que todo ese tiempo lo pasábamos en familia, lo compartíamos juntos, con mi padre. Y hemos pasado por multitud de negocios, que igual no han sido los más prósperos de la historia, pero eran nuestros y sobre todo familiares. 


Ahora quiero que nos imaginéis a mi o a cualquiera de mis hermanas, con doce, quince años sentados junto a mi padre en el asiento de copiloto de en nuestra furgoneta, en una de tantas conversaciones que manteníamos durante el reparto de huevos por las tiendas de Torreagüera o los Ramos, en las que hablábamos de todo. Política, cine, música, dudas existenciales, ningún tema se resistía, ninguno era tabú. Y entre esos temas estaba el de este momento, el del funeral, de cómo lo imaginábamos o deseamos que fuera. Por eso sabemos cual era su deseo, y por ese motivo nos reunimos esta tarde aquí. También por ese motivo tengo que ser yo, o una de mis hermanas que lo oímos de sus labios, que somos testigos directos, quienes  debemos ahora contároslo a vosotros.

El nos dijo que no quería un oficio religioso porque sería ir en contra de lo que creía y sentía, y el era honesto. El deseaba ser incinerado, convertir su cuerpo en cenizas, porque el era discreto. El quería que sus cenizas fueran enterradas en nuestro jardín para alimentar el árbol porque el era generoso. Era tan amable y atento que en estos momentos lo imagino ahí, inquieto, queriendo decir la frase que Groucho Marx quiso poner en su lápida: disculpen que no me levante.

También convinimos en que en estas latitudes llevamos muy mal el tema de la muerte y el duelo, que la muerte no es más que una consecuencia inevitable de la vida, que por eso no hay que llorar la muerte de un ser querido sino agradecer el tiempo que hemos disfrutado de su compañía.

Nosotros hemos tenido el placer de gozar de mi padre durante cuarenta y cuatro años. Muchos de vosotros lo habéis tenido aún más tiempo, y solo por eso ya han sido buenos tiempos.

Preferíamos los funerales que veíamos en las películas, los que contaban las novelas, en las que los personajes contaban anécdotas del difunto, las más divertidas, las que mejor lo definían, mientras degustaban las especialidades culinarias que cada uno de ellos había llevado, o levantando su copa en un brindis por el protagonista, ese que parecía retrasarse, que quizás ya se ha ido, un último saludo por el ausente.


A nosotros no nos ha dado tiempo a organizar ese funeral, estas cosas te pillan siempre de sorpresa, pero si que podemos recordar a mi padre, aquí y ahora. No disponemos de viandas exquisitas, ni de alcohol y bebidas, pero tenemos lo más importe, estamos nosotros, está el y contamos con su recuerdo.


Hay una frase del talmut que me lleva unos días rondando por la cabeza, y no es porque yo la recuerde de haber leído el talmut, sino de ver hasta el final de la Lista de Schinlder. La frase dice: quien salva una vida salva al mundo entero. Mi padre, que yo sepa, no ha salvado una vida humana, pero a pesar de todas las limitaciones y dificultades a las que ha tenido que enfrentase, cuanto menos nos ha salvado, a mis hermanas y a mi, de la inexistencia, de la nada. Y con ello no solo nos ha dado la vida y nos ha hecho ser quienes somos ahora, sino que ha hecho posible la vida de mi nuestros hijos, sus nietos. Una parte de él está en nosotros, una parte de nosotros, y de el, está también en ellos. Y esto no lo reduzco a una mera transmisión genética, no. Una parte de mi padre está con cada uno de todos nosotros. Tenemos su recuerdo y la influencia que ha ejercido, el poso que ha dejado. Esa palabra amable, esa paciencia para escuchar los problemas de los demás, ese consejo certero. Su voz, su sonrisa, su sentido del humor estará siempre con nosotros. Y tengo el convencimiento en que mientras su recuerdo siga vivo, si recordamos una conversación, si nos preguntamos que hubiera hecho el en esta situación o que pensaría de esto otro. Que mientras eso suceda el seguirá estando con vida, con nosotros.


Por eso os invitamos a recordarlo mientras escuchamos la canción que el quería que escuchásemos en este preciso momento (si, hasta para eso daban nuestras interminables conversaciones). Es un villancico, raro en una ceremonia civil, lo se, aunque casi oportuno por fecha, en plena prenavidad.  Y es en catalán, eso es más raro aún en estos tiempos, pero os tengo que recordar que este deseo tiene más de veinte años y no esta sujeto a la actualidad pública. La pieza se llama el Cant dels ocells, y si, podría haber elegido la maravillosa versión al contrabajo de Pau Casall, pero mi padre decía que Maria del Mar Bonet tenía la voz más bonita del mundo. Así que como hay una versión de este villancico cantado por ella, que además esta, muy bien, Y se trata de su homenaje, nos podemos permitir seguirle la corriente, darle este capricho, que se salga con la suya. 


Así que os propongo que durante los tres minutos que dura la canción lo recordemos como era, vale una anécdota graciosa, un recuerdo tierno o un resumen de su impronta, cualquier cosa, o todo lo necesario para que continúe con vida.

Y después, si alguien se siente inspirado por la música o el recuerdo puede subir aquí y compartirlo con los demás, o bien dejar un mensaje manuscrito en el libro de firmas.


Muchas gracias a todos.




Juan Domingo Lorca Soler 
29-09-1943
16-11-2017

lunes, 10 de abril de 2017

¿Por qué no puedo escribir un relato posmoderno sobre la chica que cayó a la piscina aquella noche?



La propuesta de escribir un cuento posmoderno sobre otro cuento posmoderno que además no he leído, me resulta en principio abrumadora. Corrijo, he leído lo suficiente (medio párrafo) para hacerme una idea (distorsionada por supuesto) del estilo e intención de su autor, así que he decidido escribir sobre por qué no puedo escribir un cuento posmoderno. Y usted pensará, ¡que más da! total el texto no tiene que tener un sentido, no tiene que interpretarse ni someterse al corsé de las normas establecidas, no tiene que agradar, la estructura es inexistente y si al lector no le gusta (incluso si a ninguno le gusta) puede uno pasar el primer examen como un pre autor incomprendido o falto de reconocimiento, manifestar sin rubor alguno que para apreciar la esencia de este relato es necesaria no una lectura, sino cientos, si, hasta que el lector descubra en el texto una lógica, un argumento y un estilo del que carece el relato, y el propio autor, encumbrándolo entre sus más selectos y cercanos colegas como otra víctima del mercado, de una sociedad de consumo consumida en su ignorancia, del analfabetismo extensivo, de gran superficie. Y el reconocimiento post...mortem, claro. Tendré que morir, no, mejor suicidarme, ¿que es la muerte sino un pequeño sacrificio, el tránsito necesario hacia la inmortalidad? Lo ideal seria el alcohol, pero requiere de mucha dedicación y tengo el hígado demasiado sano, el ahorcamiento y el tajo en vena me dan grima, las drogas no, pero en pastillas, las agujas me asustan, ¿y la receta, donde las consigo? Demasiado complicado. Y todo para tener veinte reseñas y doce lectores, ser un autor referido y no leído. Un mito. Pero me estoy yendo por las ramas, y como me decía papa, siempre fui muy dado a escatimar amputaciones a la hora de podar la morera del jardín. Sin miedo hijo, me decía, las necesita, como lo necesita ahora el texto. Sin miedo, claro, pero el no está en esta tesitura, ni se ha saltado todas las clases del taller dedicadas al cuento, al clásico, al moderno, al posmoderno y al cubista.... Hasta esta tarde no sabia que eran tres ni sus diferencias, así que lo mismo en este ejercicio estoy escribiendo un cuento clásico, pues clásico era el encargo y no hago sino seguir de forma cronológica el proceso ¿creativo? Podría resultar moderno porque en él se muestro la subjetividad del autor, su lucha interna, sus contradicciones, transmitiendo esa la mezcla de agobio y sarcasmo que genera la ignorancia. Ahora, que si logro olvidar que soy yo el que imagina esto, el que teclea la tableta en este tiempo y espacio, que este se ha generado espontáneamente, o que se trata de un hallazgo casual y milagroso, un archivo oculto de origen desconocido que podría ser de..... Entonces si, alguien podrá decir (no sin un amplio debate, varias tesis y discusiones sobre el mestizaje y las influencias) que esto puede ser un cuento posmoderno.


Por donde iba. Si, por la chica que cayó a la piscina aquella noche. Nunca estuvo allí. 

Tarea: Intentar un cuento posmoderno tomando como base La chica que cayó a la piscina aquella noche, de Rodrigo Fresán.

Un día perfecto para el Pez Plátano (alternativo)


El juez del distrito se personó en el hotel apenas una hora después de producirse el disparo. Su cuñado, el jefe de policía, lo llamo tras colgar al gerente del hotel, y llegó, sin afeitar y con la corbata mal anudada para proceder al levantamiento del cadáver. No hay nada como una muerte violenta para movilizar a un pueblo de provincias, aunque sea en domingo.
En recepción le indicaron el número de la habitación y que tenía una llamada de Nueva York. El recepcionista le Extendió el auricular del teléfono como pidiendo socorro. Hizo caso omiso y se plantó en la habitación  507.
El cuerpo estaba a los pies de la cama y una lluvia de gotas de sangre cubría las sábanas, a excepción de una inmaculada silueta de mujer. En ese momento se abrió la puerta del baño y apareció el cuerpo de la silueta envuelto en una bata de seda rosa y una toalla blanca en la cabeza. Al acercarse se besó los labios para unificar el carmín rojo sangre, y lo dejó ahí, en el aire.

Buenas noches señor inspector, Soy Muriel, su mujer ¿en que puedo ayudarle? dijo mientras se miraba las uñas con satisfacción.

Tarea: Cambiar la voz narrativa del texto Original de Salinger

jueves, 21 de abril de 2016

Semen



Me gustaría haber estado allí en ese momento. Y poder deleitarme con la cara de bobo que sin duda puso papa cuando mama le informo que tenían que aparearse. Que el futuro de la humanidad dependía de que engendraran al futuro líder que encabezaría la resistencia contra las maquinas. Que la gran computadora, preocupada por su propia subsistencia, mandaría al pasado un variopinto grupo de exterminadores para acabar con sus vidas y con las de todo el que se les arrime. Que tendrían que convertirse en fugitivos, procurase un buen arsenal y una preparación de Boina Verde. Que su futuro hijo no podría hacer amigos, ni tener novia, que tendrían que vigilarlo constantemente para que pudiera salvar el mundo. Me lo imagino con la boca abierta y un bocadillo de espuma sobre su cabeza con una frase: ¡joder, que buena está!

Muchas gracias, papi. 

Ejercicio: Intertextualidad