domingo, 1 de enero de 2012

no nos iremos jamás



No nos iremos jamásLe dice Michael (Jeff Goldblum) a Sarah (Glenn Close) al final de la película Reencuentro (The Big Chill, Lawrence Kasdan, 1983). Tras pasar un fin de semana con los amigos de la universidad, ninguno tiene muchas ganas de volver sus respectivas rutinas y preocupaciones. Se han reforzado los antiguos lazos, han vuelto a ser quienes eran. Quizás sea un sentimiento pasajero, un solo fin de semana, pero para alguno supone un nuevo comienzo, o un regreso.  

Todos han venido por Alex (Kevin Costner). El ex líder del grupo ha vuelto a unirlos años más tarde. Para ello ha tenido que suicidarse. En casa de Shara y Harold (Kevin Kline) se alojan todo el fin de semana, intentando hallar una explicación a la muerte de su amigo, reavivando antiguos recuerdos y alianzas, rencores enterrados y amores reprimidos, todo ello marcado por el desencanto de una generación que vivió su juventud en los tormentosos años 70 y que a principios de los 80 descubre que sus vivas no se parecen a lo que aspiraban (vamos, como siempre). Shara y Harold han formado una familia modélica, Michael se ha convertido en un periodista sin escrúpulos, Sam (Tom Berenger) en un actor de televisión famoso que reniega de su vida en Los Ángeles, Karen (JoBeth Williams) en un ama de casa aburrida, Meg (Mary Kay Place) en una abogada solitaria, Nick (William Hurt) en un ex siquiatra adicto a las drogas y a punto de tomar el mismo camino de Alex.

Contar más supondría destripar la película, y no quiero hacer eso, porque me gustaría que todo el mundo disfrutara de esta joya. Merece mucho la pena y no ha tenido el reconocimiento que se merece. Los actores están estupendos, la trama, el ritmo y diálogos son deliciosos y la música (todo éxitos de pop y soul de varias épocas) es una maravilla. En este enlace está la lista de las canciones y el momento en el que aparecen. Para no perdérsela. 

Aquí tenéis el trailer original de la película

Un chascarrillo de Hollywood: quienes vean o hayan visto la peli descubrirán que Kevin Costner no aparece por ningún lado y sí, lo hace en los títulos de crédito: apenas se dislumbra su flequillo y sus muñecas cosidas, de hecho ni sale en los créditos. La historia es que Kasdan eliminó todas las escenas de Alex en el montaje final, y eso no le sentó nada bien al bueno de Kevin, así que tuvo que adjudicarle  un personaje en su siguiente película, Silverado. Años más tarde le adjudicó el papel de su vida en una película muy olvidable: El Guardaespaldas (The Bodyguard, Mick Jackson, 1.993), donde Kasdan fue productor y guionista.  

La verdad es que acertó de pleno borrando a Costner del filme. En una película tan fresca un flashback chirriaría demasiado, rompería el ritmo. Además con ello consiguió que Alex estuviera presente en cada momento de la historia sin estar ahí. Él es ausente, la causa de ese reencuentro y su solo recuerdo engrandece el personaje.           

Si repasamos el argumento a todos nos viene a la memoria Los amigos de Peter (Peter’s friends, Kenneth Branagh, 1.992), que no es sino una puesta al día del formato que ha seguido repitiéndose, por ejemplo en Las razones de mis amigos (Gerardo Herrero, 2.000), la serie de TV Treinta y tantos (Thirthysomething, Edward Zwick, 1.987), o la más reciente Pequeñas Mentiras sin Importancia (Les petits mouchoirs,  Guillaume Canet, 2.010) y otras de las que ahora no me acuerdo. Consiste en reunir a un grupo de treintaymuchos que hacen balance de sus vidas. Todas ellas son muy notables, pero esta es la mejor y el patrón del resto. Creo que en 1.984 se merecía más el oscar que La Fuerza del Cariño de James L. Books, pero eso no es una novedad.

 Los amigos de Peter

Lawrence Kasdan rodó esta película en 1.983. En 1.981 debutó en la dirección nada menos que con Fuego en el Cuerpo (Body Heat), un referente del cine negro moderno y como mínimo a la altura de los clásicos. De su filmografía destacaría Silverado (1.985), un gran western entre spaghetti y clásico en una época poco propicia;  El Turista Accidental (1.988), una maravillosa adaptación de la novela de Anne Tyler, de imprescindible lectura y visionado; Grand Canyon (1.991), un gran fresco sobre la convivencia;  French Kiss (1.995), una deliciosa comedia a la antigua; y Mumford (1.999), un emotivo drama coral. El mismo ha escrito el guión de todas sus películas y de otras, entre ellas pequeñeces como El Imperio Contraataca, En Busca del Arca Perdida o El Retorno del Jedi. Creo que tiene derecho a incluirse dentro de los grandes cineastas contemporáneos, no solo por crear a Indiana Jones o dotar de profundidad dramática a la saga Star Wars, sino también por hacer grandes películas con grandes personajes, la mayoría comedias dramáticas interesantes y a la vez creíbles, que dejan un poso de optimismo que tarda en disiparse.      

Volviendo al filme, el título original (The Big Chill) sigue siendo para mí un misterio. Literalmente puede ser La Gran Helada, quizás la gran resfriado o enfriamiento, relacionado con la sensación que sientes al recibir la noticia de la muerte de un amigo. También puede ser un término que significa la muerte a la que se encamina el universo debido a la Entropía, donde la cantidad de energía aprovechable se vuelve insignificante (optimismo puro, vamos). En algunos foros dicen que es una expresión de los 70 que nadie usa ya, que podría estar relacionado con el período idealista-universitario de los protagonistas. Una pista: en el cartel original de la película (que podéis ver en la pestaña títulos) reza esta leyenda: En un mundo helado necesitas a tus amigos para mantener el calor. No puedo estar más de acuerdo, y el mundo está siempre tan frío.... Si alguien tiene una idea que lo diga en comentarios.

El argumento y los diálogos de la película podrían dar lugar a diversas reflexiones, temas o debates, pero pensé en este título en concreto una madrugada de finales septiembre, en el velatorio de un familiar cercano. No por el hecho de que el hilo conductor de esta sea el funeral de un amigo, sino por nuestra mala relación con la muerte, como nos afecta y el poso que dejan nuestros seres queridos cuando nos abandonan….

Nos abandonan, o nos dejan. Esta frase hecha tiene trampa, ¿os dais cuenta?. Ellos dejan de existir, pero no lo hacen voluntariamente, o al menos no en la mayoría de los casos. Ni siquiera se van; dejan de estar. Pero como nos sentimos solos, abandonados, y nos parece injusto, los responsabilizados de su propia ausencia (aunque solo sea un poquito). Y es que el lenguaje, a veces, es cristalino.

Estamos rodeados de muerte, pero sólo porque también lo estamos de vida, y esta es mucho más abundante, rica y plena. Si por algo ha de apenarnos la muerte es porque supone el fin de la vida, más que por el vacío que deja. Pero esa vida que se esfuma a la vez ha de ser valiosa, pues de lo contrario no sentiríamos su pérdida. Y por valiosa entiendo aquella vivida con intensidad, dando lo mejor con quienes tienes la suerte de compartirla. Esto a su vez es incompatible con el luto, el abatimiento y la tristeza que acompaña al fallecimiento.

Hay unas cuantas certezas a las que no solemos enfrentarnos: Una es que todos vamos a morir y otra es que con toda probabilidad tengamos que sufrir la muerte de varios seres muy queridos y sin los cuales no concebimos nuestras vidas. Por mucho que lo neguemos no cambiará la realidad, pero sí podemos cambiar la forma de afrontarlo y de superarlo. Si nos dejarnos llevar por la aflicción desmedida cometemos dos traiciones, una contra nosotros mismos, con nuestro proyecto de vida y con la responsabilidad que tenemos para con los demás, y otra contra el difunto, pues recordamos más su ausencia que su presencia.     

Debemos ser conscientes de nuestra mortalidad para disfrutar de la vida. Vivir el momento (Carpe diem) y hacer que cada instante, cada encuentro, sea una celebración. Y al morir que todos den gracias por el tiempo que has pasado con ellos, con la felicidad que has podido sembrar. Que se sientan orgullosos de haberte conocido, más que tristes por haberte perdido.

Así me gustaría que me despidieran: con un ingenioso brindis con espumosa cerveza de trigo, recordando los buenos momento vividos, a lo mejor con alguna lagrimita, pero de emoción, no de aflicción.

Y es que existe vida más allá de la vida. Todos seguimos vivos mientras perdura nuestro recuerdo. Hasta la muerte del último recuerdo de la última persona que nos conoció o hasta el fin del último vestigio de nuestros actos perdura nuestra existencia. En nuestra mano está decidir que recuerdo queremos dejar.

Así, no nos iremos jamás.