miércoles, 15 de junio de 2011

oh capitán, mi capitán



El profesor Kipling no olvidará ese momento. El homenaje espontáneo de sus (ex)alumnos más fieles. Todos ellos sobre sus pupitres, todos ellos en aptitud desafiante, desde su posición de privilegio, esa que permite ver el mundo con otra mirada. Al profesor Kipling le quedará eso: una débil semilla en un ambiente inóspito. Con toda seguridad todos retomarán sus monótonas vidas, según lo establecido. Alguno se perderá en el camino, aplastado por los convencionalismos. Quizás sea más un deseo que una convicción, algo que le permita seguir educando según sus principios; que no se equivocó; que el suicidio de ese alumno no fue culpa suya. Cierto, este podía haber muerto de aburrimiento siguiendo el manual de literatura del instituto, pero no se habría puesto la pistola de su padre en la sien de no haber sido por esa semilla. Otra vez esa maldita semilla…..

Si algún despistado no sabe a que me refiero os dejo un par de enlaces de Youtube:



Si esta escena y esta película están aquí es por un buen motivo. Quizás no sea la mejor película de la historia. Quizás no se encuentre ni siquiera entre las mejores de su director, el gran Peter Weir, pero ninguna escena me emociona tanto (bueno, a la par que el final de Cyrano). Esto me lleva a concluir la importancia que tiene para mí el valor del reconocimiento y/o agradecimiento, y lo difícil que me/nos resulta expresarlo.

Según la Wiki El Club de los Poetas Muertos (Dead Poets Society) es una película estadounidense dirigida por el director australiano Peter Weir en el año 1.989 con guión de Tom Schulman. Protagonizada por Robien Williams (en uno de sus más contenidos y convincentes trabajos), narra el encuentro de un profesor de literatura con un grupo de estudiantes durante 1.959 en una prestigiosa y conservadora academia. A través de la poesía, el profesor inspira un cambio en las vidas de sus alumnos. Ganó un merecido Oscar al mejor guión original y cuenta con una sorprendente Banda Sonora a cargo de Maurice Jarre. Además la misma supuso el descubrimiento de una nueva cantera de actores encabezados por Ethan Hawke y cuenta con una Robert Sean Leonard

Esta fue la octava película de Peter Weir (Sidney, 1944), y quizás sea la menos personal junto con la posterior, Matrimonio de Conveniencia (Green Card 1.990). Si tengo tiempo no es de extrañar que aparezcan por este blog tanto El año que Vivimos Peligrosamente (1.982), Único Testigo (1.985), El Show de Truman (1.998) o Master and Commander (2.003). Todas tienen su sello personal, en todas el extranjero, el diferente, se ve forzado a convivir entre extraños, a resultas de lo cual se produce un leve cambio en el entorno y una transformación en el protagonista.

Eso tienen en común la convulsa Indonesia de los años 60, la hermética comunidad Amish, la rancia burguesía newyorquina, la perfecta y falsa comunidad vecinal o la férrea disciplina académica de los 50. Todas son ambientes hostiles para la disonancia. Inamovibles en sus convicciones, ante ellas solo cabe la integración o el destierro, sabedoras que toda contaminación puede suponer su destrucción. Por eso el profesor ha de marcharse, al igual que lo hace el policía, el reportero, el extranjero o el protagonista del show. Se van, pero dejan su impronta, conscientes de llevar la razón y a la vez del sufrimiento que provocan en sus pupilos, que han de luchar en solitario contra la misma sociedad que antes los tutelaba.

Según la Wiki también aparecen descritos en sus filmes la orfandad de ciertos personajes y sociedades, varios caracteres opuestos enfrentados y determinados catalizadores elípticos de una acción. Por otro lado, destaca su técnica visual, muy cuidadosa, y su buen manejo con los actores. Su depurada puesta en escena favorecen esa capacidad tan personal suya de insinuar lo intangible.

Pero como casi toda buena película o historia esta es poliédrica, admite multitud de lecturas. Además de las apuntadas, la evidente del Carpe Díem, la relación entre padres e hijos y la problemática del sistema educativo.

Cierto que el profesor quiere que sus alumnos vivan el momento, que gocen de la vida antes de que esta los consuma. Este sentimiento debe transcender la resignación que llevaba aparejada la antigua concepción del Carpe Díem. No hay que aprovechar el momento, hay que prolongarlo en el tiempo, hay que sacarle el jugo a la vida durante toda la vida, y en la medida de lo posible dejar tu huella. Eso se consigue con educación. Como dice el verso de Whitman citado por Keating:

Que prosigue el poderoso drama y que tú puedes contribuir con un verso

En cuanto a las relaciones paternofiliales dejaré un solo apunte que muestra la maestría del guión de la película. El joven aspirante a actor que desafiando la férrea disciplina familiar es capaz de mirar a su padre a los ojos y dedicarle la última estrofa de Sueño de una Noche de Verano, la única forma de expresarle sus sentimientos, su subida al pupitre:

Si esta ilusión ha ofendido,
pensad, para corregirlo,
que dormíais mientras salían
todas estas fantasías.
Y a este pobre y vano empeño,
que no ha dado más que un sueño,
no le pongáis objeción,
que así lo haremos mejor.
Os da palabra este duende:
si el silbido de serpiente
conseguimos evitar,
prometemos mejorar;
si no, soy un mentiroso.
Buenas noches digo a todos.
Si amigos sois, aplaudid
y os lo premiará Robín.

En cuanto a la influencia que ejerce el maestro en la formación y educación de los jóvenes, me parece admirable (también casi imposible) esa la aspiración por que estos conozcan pero que se conozcan mejor a sí mismos, que se integren siendo a la vez diferentes, de guiar sin dirigir. De asumir también el coste que pueden acarrear sus decisiones y del poco reconocimiento que reciben, más en estos tiempos en los que los gobiernos y la sociedad se empeñan maltratar sus más valiosas instituciones, arrastrada (esperemos no sin control) por su faceta autodestructiva.

Yo no sería quien soy sin mis maestros. No soy capaz de distinguir que de ellos hay en mí o en que he podido yo influir en sus vidas, pero esa mezcla de conocimientos, actitudes y valores es la que me define y en la que me reconozco. Y lo más curioso es que aún así me sigo considerando único, al igual que lo soy a nivel molecular, compartiendo los mismos elementos que el resto de los humanos y que la mayoría de seres vivos.

Como dije, el agradecimiento es muy difícil de expresar, sobre todo si ese sentimiento es muy grande. Si debes mucho te cuesta reconocerlo. Yo estoy orgulloso de quién soy y muy orgulloso de mis maestros. No puedo expresar con palabras mi agradecimiento a Remigio, Jesús, Papá, Mama…

Por ello, lentamente pongo mi pié derecho en la silla, el izquierdo sobre la mesa y ya sobre ella, con la cabeza erguida proclamo:

Oh Capitán, mi Capitán:
nuestro azaroso viaje ha terminado.
Al fin venció la nave y el premio fue ganado.
Ya el puerto se halla próximo,
ya se oye la campana
y ver se puede el pueblo que entre vítores,
con la mirada sigue la nao soberana.
Mas ¿no ves, corazón, oh corazón,
cómo los hilos rojos van rodando
sobre el puente en el cual mi Capitán
permanece extendido, helado y muerto?