sábado, 23 de julio de 2011

Propicios días





Probablemente al despertar, John Spartan se esperaba otro tipo de saludo. Propicios días, ¡venga ya!. Aturdido, solo es consciente de haber tenido un larrrrgo sueño. El sueño de la Bella Durmiente, eso sí, rebosante de testosterona y anabolizantes. El era un buen policía, un poco tosco, algo impulsivo, pero era lo que molaba en los 80’-90’. El último recurso, el arma definitiva contra los delincuentes más bestias. Pero al Demoledor se le fue la mano en su última misión, Detener a Simon Phoenix (su némesis, su archi-enemigo) tuvo consecuencias: muchas bajas civiles y una (injusta) condena a crio-prisión.

Treinta y seis años después es despertado. Simon Phoenix se ha “escapado” de la crio-prisión y en una sociedad donde se ha desterrado, entre otras cosas, todo rastro de violencia, el es único que puede neutralizarlo. Y de eso va la peli, de perseguir y matar al malo a palos mientras destrozas la ciudad. Pero, también hay más cosas: del Gran Hermano o poder absoluto, del poder de los medios, la lucha de clases, de exceso de regulación versus autonomía de la voluntad, la reinserción social, etc. Y si elevamos algo más el tono, de la necesidad de la violencia (guerra) como fuerza catalizadora necesaria para obrar el cambio en las sociedades estancadas en la auto-complacencia, el fuego de Heráclito de Éfeso.   

Demolition Man, fue dirigida en 1.993 por Marco Mambilla y producida por Joel Silver. Está protagonizada por Sylverster Satallone, Wesley Snipes y Sandra Bullock. Sobre el papel estos datos desanimarían a cualquiera. Actores de perfil medio-bajo, un director sin caché (solo dirigió en 1.997 la olvidable Exceso de Equipaje) y un productor especializado en cine de consumo de masas (Arma Letal, Jungla de Cristal, Matrix, El último Boy Scout…no suenan mal) Entre sus atractivos, la música, que corre a cargo de Elliot Goldendthal, y una gran canción de Sting (de idéntico título). Bueno, eso y el sexo virtual, las tres conchas, y ver a Stallone haciendo molde.... eso no tiene precio. Una curiosidad: como en esa época yo era asiduo a la Fotogramas recuerdo que un desnudo integral y frontal de Sylverster trajo mucha cola, nunca mejor dicho, y no solo por su dimensión, sino también por su comparación con una de sus primeras pelis, una porno llamada El Potro Italiano, y el debate entre retoque, estiramiento o gimnasio duró lo suyo (de las cosas chorras que se acuerda uno, madre mía).

Aquí os dejo el video del trailer original, orientado exclusivamente a fans de la acción y que no hace justicia a la peli y la escena de las tres conchas, uno de los mejores momentos. Una pena que no estén en español, pero supongo que os hacéis una idea.

Puestos a buscar antecedentes se habla de Un mundo Feliz de Huxley (el personaje de Sandra Bullock se apellida Huxley), en la posterior La Isla (M. Bay 2.005 también de un relato de Huxley), pero para mí no deja de ser un remake de El Dormilón (Sleeper 1.973) del gran Woody Allen: una sociedad aséptica contra unos neo-hippies revolucionarios, un personaje del pasado fuera de sitio, el Orgasmatrón (¡que momento!), y todo 20 años antes, con menos músculo, pero con Diane Keaton. 
 
El caso es que cada vez que incluyo esta película entre mis favoritas noto en mis interlocutores (más o menos cinéfilos) cierta sorpresa o recelo. Me ocurre lo mismo con El último Gran Héroe (John McTiernan, 1993) y El Último Boy Scout (Tony Scott, 1.991). Todas son cintas de acción, más o menos paródicas y realizadas en un período de tres años. Tienen la gran virtud de reírse de sí mismas y, de paso, de sus potenciales espectadores. Juegan con las convenciones del género, y ese juego se convierte en la propia razón de ser de la película. Ello las convierte en una suerte de películas malditas: van mal en taquilla, pues no son del gusto de los consumidores habituales del cine de acción (algunos hasta se dan cuenta que son objeto de mofa) y los prejuicios la alejan de los cinéfilos (extremistas y/o moderados). Por ello también van mal en notas y en número de estrellitas de los críticos, pues obviamente ni Marco Mambilla es Antonioni ni Stallone es Brando. Una suerte para nosotros, que disfrutamos como bellacos de un subgénero minoritario, pero tremendamente divertido y refrescante. Además, he de reconocerlo, me encanta la cara que pone la gente cuando hago referencia a esta y a las otras entre películas de Bergman o Dreyer….

Vuelvo a la historia. El Dr. Raymond Cocteau (gran Niguel Hawthorne, fuera de sus más serios papeles habituales) se ha convertido en el alcalde y gurú de San Ángeles (Refundación de media California) y ha conseguido imponer su doctrina basada en que una sociedad en paz es una sociedad feliz, y para ello hay que desterrar todo sentimiento pasional o extremo, y con ello lograr una sociedad sin violencia, aséptica: así la única música que se escucha son viejos jingles infantiles, pues no contienen sentimientos de odio, pasión, amor o tristeza; todos los restaurantes son Pizza Hut (ganador de la guerra de franquicias); se destierra todo tipo de insulto o frase soez, que es castigado por el Estatuto de Moralidad Verbal; Son ilegales entre otras cosas, el alcohol, la cafeína, los deportes de contacto, los juguetes no educativos, la carne, picantes y los alimentos poco saludables, la sal de mesa y el tabaco, por ello la comida es de origen estrictamente vegetal y está elaborada principalmente a base de soja y algas; Las armas de fuego sólo se puede ver en los museos; El contacto físico fue reconocido como el causante de la propagación de enfermedades de transmisión sexual en épocas pasadas y ahora es visto como inusual. El sexo ya no es un acto físico por las mismas razones, e incluso los besos están prohibidos. En cambio, el placer de tipo sexual solo se permite mediante el uso de simuladores de sexo ("Vir-Sex"); La procreación de hijos se realiza en un laboratorio, tomando muestras de ambos padres, se cultiva el feto y se le va capacitando en habilidades acordes a su perfil genético…..Ah, y Arnold Schawarzenegger convertido en presidente de los Estados Unidos, gracias a la eliminación del requisito de ser estadounidense por nacimiento (que le pregunten a Obama ).

En la sociedad del futuro la delincuencia ha sido prácticamente erradicada y sus habitantes viven conforme a su programación de nacimiento con base a características predeterminadas. Los valores de la sociedad han sufrido un proceso de infantilización, ya que sus habitantes prácticamente carecen de maldad a priori, así como de libre albedrío. El motivo: sucesivas oleadas de anarquía y violencia extrema y grandes epidemias casi acaban con la humanidad. Por tanto, Cocteau refundó la sociedad con base a su proyecto de edén terrenal que se convertiría en San Ángeles.

Y parece que no tiene bastante con eso, en argot policial, le ha salido un grano en el culo. Hay un sector de la sociedad que se niega a plegarse al sistema (Los Despojos). Marginados, se hacinan en las alcantarillas, se alimentan de desechos y mueren presa de las infecciones, pero presumen orgullosos de su libertad, de vivir con tabaco y colesterol, y de morir de cáncer o ictus. Desechos sí, pero más chulos que un ocho. Como sabe que la libertad puede ser un virus muy infeccioso, decide tomar medidas: Simon Phoenix. Así mientras Spartan recibía terapia resocializadora (que incluye hacer calceta) durante 30 años, a Phoenix se le instruye para ser un arma de destrucción masiva para terminar con los líderes rebeldes. El problema es que en una sociedad meliflua no hay medios para parar a un súper-villano de los 80’-90’ y este puede acabar con todo. En su labor no estará solo: dos destrozan más que uno, y hasta que logre retirarlo, Spartan también reparte lo suyo. Y al final receta de machote para sentar las bases para el futuro: tú te limpias un poco, tú te ensucias y poco y ya vamos tirando…

Y el caso es que no veo la historia tan desencaminada. Hoy 18 años después del estreno de la película, estamos más cerca de ese modelo de sociedad: edulcorada, aséptica, anestesiada, callada. Se limita la libertad del individuo en su propio beneficio. No se le permite fumar, no se asegura a quien come de más, cualquier comentario puede acabar el juzgado, cada vez hay más temas tabú, la música cada vez es más infantil, la soja gana terreno a la leche... Veinte años más y me veo insultando a un multómetro para conseguir papel higiénico, fijo.

Hoy a lo mejor no estamos sometidos al juicio divino, pero sí al de la administración sancionadora y al valorador de riesgos de la hipoteca. Yo no fumo, llevo una alimentación más o menos sana y mis inclinaciones políticas son bastante moderadas. No me gusta el humo como no me gusta ver expresiones de enaltecimiento a ETA o a Franco, que se intente reescribir la historia, que la gente pierda la vida en las carreteras o que cada semana muera una mujer a manos de su pareja. Pero también tengo cierto recelo de alguno de los medios empleados para contenerlo, de la deriva que llevamos. Reconociendo que la ley de partidos a debilitado a ETA y su entorno no puedo dejar de verla como un bozal a la expresión ideológica. Cierto que hay que proteger el derecho al honor, pero es hoy este se ofende con tanta facilidad que evidencia la cota a la que se encuentra. Nos obsesionamos con la violencia y el sexo que horadan el cerebro de nuestros hijos para justificar una conducta basada en un déficit de atención y de educación. Se justifica la discriminación por sexo por política criminal y el principio de oportunidad, pero puede también llevar a un repunte de la violencia de género por agravio comparativo. El miedo a las epidemias y al terrorismo nos ha hecho una sociedad temerosa, a meced de los especuladores y demás aprovechados, posibles causantes de las mismas. En cuanto a la religión no parece que a ninguna se le exija un sello de calidad que asegure su no toxicidad y parecen gozar de carta blanca en base al principio de libertad de culto. Llevamos camino de convertirnos en una sociedad cobarde y acobardada, con miedo de los microbios, las bombas, los tipos de interés, la prima de riesgo, los transgénicos, la polución, las hormonas, las sustancias cancerosas, la carretera, los hijos, la pareja, los políticos, las palabras. Una sociedad con tantos miedos no puede ser una sociedad libre, y estará siempre a merced de oportunistas.  

Y luego están Los Despojos, que hoy podríamos asimilar a Los Indignados o Los del 15-M, quienes a lo mejor no saben muy bien lo que quieren, no se encuentran muy organizados, pero protestan, porque tienen claro que esto tiene que cambiar. Yo también lo creo. Ante una sociedad occidental que se desplaza peligrosamente hacia la destrucción por culpa del capitalismo salvaje, las buenas maneras y la autocomplacencia, es necesaria la protesta, saber que hay alternativas, que no toda decisión se acatará sin más.

Ahí está la esperanza. No solo en el hecho de que exista un movimiento ciudadano que cuestione y se oponga a los mercados, las políticas y los Loddies, sino y más importante, que el sistema demuestra síntomas de debilidad. Movido por su desmesurada codicia ha puesto en peligro su subsistencia. Ahora es cuestionable. Solo espero que no se deposite esa esperanza en el caudillo de turno. Mal andaríamos.