
“Le faltarán, al menos, un par de centímetros
para alcanzar la barra del trapecio”.
El tío Jonás interrumpe, sofocado, la historia de cómo perdió a la tía Julia.
Mi padre le presta su pañuelo y un apretón en el hombro. Es ya una tradición
familiar: en la comida de navidad, con los licores, el mismo cuento, el mismo
final y las mismas frases de consuelo.
Sentado frente a mí,
el primo Alfredo exprime con saña su servilleta, mientras la otra mano juguetea
con la empuñadura del cuchillo de postre.
Ambos sabemos que él
nunca la quiso bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario