
Sin saber por qué. Le di un puñetazo. En ese momento el tiempo se estiró, como si un
agujero negro hubiera aparecido en mitad del jardín. La nube de globos se quedó
clavada en mitad de la piscina. El rostro de mi madre fue adquiriendo
tonalidades vampíricas. Dingo hizo una cabriola en el aire y el tío Damián un
efusivo saludo roquero. Hasta la ceja izquierda de mi padre amagó una tentativa
de expresión. El ruido del chapuzón volvió a equilibrar las leyes del tiempo y
anulo las del sonido. Solo pude decir: Mamá, sabes que odio a los payasos.
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