Cinco balas, cinco bajas. Desde una fuerte con una estatua dorada, casi impoluta, de unos niños jugando al corro, impasibles ante los innumerables cadáveres que se alojan en su interior, con un precario fusil de asalto y acompasando cada disparo al impacto de los morteros, comienza la leyenda de Vassili Zaitsev (Jude Law). Nos encontramos en Stalingrado, es el 20 de septiembre de 1.942.
Frente a las tropas y armas alemanas Rusia solo puede oponer carne. Ante el empuje alemán Stalin ordenó el sitio de la ciudad, no permitiendo la evacuación de los civiles para alentar a la milicia soviética. Las directrices las resume muy bien Khuschchev (Bob Hoskins) al general al mando: Ustedes tenían el deber sagrado de resistir. Y resistieron si, pero a que precio. En la ciudad y frente de Stalingrado fallecieron un millón de civiles y 500.000 soldados rusos, además de 650.000 heridos. 800.000 bajas tuvo el eje (alemanes, italianos, húngaros y rumanos) entre muertos y heridos. Casi tres millones de muertos en apenas 7 meses y medio (del 17 de julio del 42 al 2 de febrero del 43) en una batalla de egos. La ambición y orgullo sin medida de los caudillos termina siempre en una fosa común. Los muertos por la patria, los héroes, los salvadores condecorados, no son más que unos pobres adolescentes que intentan sobrevivir sin éxito a las órdenes de sus dirigentes. Bien es cierto que la guerra la inició un demente aupado por el resentimiento y el orgullo herido de una nación, al que necesariamente se debía frenar, ¿pero no había más opciones? A lo mejor solo Stalin podía parar a Hitler, su reflejo en el espejo, las dos caras de la moneda, su igual.
Entre tanto, el joven Vassili es aupado a la categoría de héroe gracias al Comisario de segunda Danilov, que ya tiene al héroe que necesita para elevar la moral de las tropas, sembrar la duda en el enemigo y de paso, ascender en la carrera político-militar. Las bajas de oficiales nazis precipitan la llegada del necesario antagonista, el Major König (soberbio como siembre, Ed Harris), un refinado comandante del ejército alemán con una deuda pendiente. Uno de esos malos con los que sentimos algo así como síndrome de Estocolmo. En palabras de Danilov, este enfrentamiento, entre un humilde pastor-cazador furtivo de lobos y un noble de Baviera cazador de vendados es algo más que un enfrentamiento entre dos naciones, es la esencia de la lucha de clases.
Mientras la ciudad estalla y se deshace a su alrededor dos francotiradores, dos hombres, deciden el destino de la lucha en un duelo a distancia, desde su fría mira de cristal. Y es que la muerte a distancia parece un juego, un deporte. A lo lejos no hay mucha diferencia entre un plato, un pato o la cabeza de un soldado. Es limpia, silenciosa, fría y piadosa. El infortunado no es consciente de su final, ni del motivo y ni del verdugo. El soldado es un mero cirujano que extirpa sin dolor y además puede presentar un inmaculado curriculum (entre 149 y 242 bajas acumuló Zaitsev). Recuerdo otra película, Savior (Predrag Antonijevic, 1998), en la que otro francotirador, Denis Quaid, deja a un lado la mira telescópica para involucrase en una guerra sucia, maloliente, real. El peligro de la distancia es la insensibilidad. Otra referencia. Existe un paralelismo evidente entre el encumbramiento del francotirador ruso como héroe nacional por el gobierno soviético y la mitificación del personaje (imaginario) de Freidrick Zoller, interpretado por Daniel Brühl en Malditos Bastardos (Inglourious Basterds, Quentin Tarantino, 2009)
Para finalizar manifestar que la película está basada en hechos reales, que Vasili Zaitsev es uno de los héroes de la extinta URSS (su fusil se conserva en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú), que se le atribuyeron 242 muertes y en contra de lo que suele suceder, sobrevivió a sus condecoraciones (murió en 1991). En cuanto al duelo que se narra en la película también parece auténtico y está documentado, aunque como ocurre con los libros de historia o en los periódicos, el cine no es la realidad. De hecho pagamos para que nos mientan, nos den la razón, o nos hagan soñar.
Sino era así como iba Stalin a conseguir que murieran en la guerra 20 millones de soviéticos, un tirano encantado de sacrificar a sus propios conciudadanos, como el Holodomor, la gran hambruna que en 1932 diezmó al prueblo ucraniano matando a cerca de siete millones de personas.
ResponderEliminarEn resumen un genocida, que ganó la guerra y murió en su cama.